domingo, 9 de agosto de 2009

Dependemos, sufrimos. Compartimos, disfrutamos.



Nada nos pertenece. Cuando nos apegamos a algo, o a alguien, nos crea sufrimiento. Disfrutemos de las cosas cuando las tenemos, no esperemos a perderlas para valorarlas, y cuando las tengamos, no nos adelantemos a pensar que las podemos perder, porque no disfrutamos ni cuando las tenemos ni cuando no. Vivimos en un continuo sufrimiento, porque no vivimos el momento presente. No te apegues. Sé libre. Comparte siempre.




Está claro que nada nos pertenece, que todo está en este mundo para ayudarnos. Pero parece ser que todavía nos cuesta entenderlo, aunque la vida nos lo esté diciendo continuamente en cada cosa. No queremos ver, ni escuchar. Yo les invito a que reflexionen en cómo la vida nos da la respuesta.
Pongamos un ejemplo muy común: los hijos. Los tenemos, los criamos, damos todo por ellos dejando de hacer cosas que deseamos para sacarlos adelante, y, al final, no nos pertenecen, por mucho que hayamos hecho por ellos. Nuestros hijos son hijos de la vida, nosotros sólo somos el medio para que vengan a este mundo, pero, además, podemos disfrutar de cada momento. Ellos nos enseñan en todo este trayecto (si queremos aprender) valores tan importantes como la paciencia, la comprensión, la ternura (un bebé es lo más tierno que hay cuando lo tienes en tus brazos, entre tu pecho). Nos enseñan a compartir. Nosotros también les enseñamos a ellos. Por eso hablamos de compartir. La gran diferencia se da cuando ellos son pequeños y no pueden valerse por sí mismos ya que, de manera física y mental “dependen” de nosotros para sobrevivir, hecho que va desapareciendo a medida que crecen. Muchos padres se niegan a ver este cambio, porque mantienen la mentalidad de que sus hijos, al depender de ellos, se convierten en algo de su propiedad. Y esta es una de las principales fuentes del sufrimiento, “el querer poseer”. Tal vez tengamos que aprender a “amar”. El amor es libertad. Es habitual que los padres quieran estar cerca de sus hijos, viendo sus pasos, formando parte de sus vidas, pero siempre han de ser conscientes de que estos no les pertenecen. Si los amamos, y queremos lo mejor para ellos, les dejaremos la libertad que necesitan. No podemos olvidar a su vez, que para llegar a amarlos hemos de empezar amándonos a nosotros mismos ya que es imposible dar algo que no tenemos. Cuando los hijos se alejan, tenemos la oportunidad de hacer otras cosas que antes no pudimos hacer, de crecer gracias al cambio que se nos ofrece. En la vida existe continuamente el cambio, y hemos de adaptarnos a esos cambios. No se trata de resignarse, sino de adaptarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario